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jueves, enero 17, 2008

Aventura a Indiana


Un grupo de jóvenes universitarios emprendió un viaje a una apacible comunidad amazónica, para realizar las mejores tomas fotográficas a tan hermoso lugar, y un reportaje del mismo.

Eran las 8:30 de la mañana del 24 de marzo del 2005 – jueves santo – un día sombrío y lluvioso. Momento exacto para preparar la mochila e ir al lugar donde todos mis compañeros estaban reunidos. Llegué lo más pronto posible, y vi que había un gran grupo en las afueras del recinto, que no era otra cosa que la casa del “Peterete”. La llovizna no cesaba, todos los presentes estaban listos – mochila al hombro y cubiertos con casacas – para enrumbar al puerto, pero teníamos que esperar a una compañera que traía el flash de la cámara fotográfica del profesor. La impaciencia nos desesperaba, a tal extremo que pensábamos irnos sin ella, pero llegó cuando estábamos camino al embarcadero. Ya todos reunidos, por fin pudimos zarpar, no sin antes pasar por otro inconveniente, que era abastecer de combustible a la embarcación, por lo cual esperamos varios minutos que eran angustiantes.

100 % adrenalina

Ya en el deslizador, éste nos movilizaba a varios kilómetros por hora, en el trayecto se podía apreciar el majestuoso río y los bellos paisajes de la selva. Cuando de pronto se inició una lluvia torrencial a poca distancia de nuestro destino final.

Llegamos a Indiana con esta inclemencia climática, que nos obligó a correr en busca de hospedaje, al cual llegamos completamente mojados.

Hicimos las reservaciones correspondientes y nos acomodamos en las habitaciones. Dejamos allí las cosas y un grupo de compañero acompañados del profesor fuimos a recorrer el lugar, no era el momento más apropiado, porque en las afueras de la localidad todo era un lodazal.

Volvimos a hacer el mismo recorrido – cámara en mano – con los demás compañeros.

Regresamos al anochecer al hospedaje con un hambre voraz, pero antes cada uno realizó su respectivo aseo personal. Una vez aseados y bien comidos, fuimos a la discoteca que está ubicada frente al hospedaje. Bebimos unas cuantas cervezas, la música era malísima, a pesar de lo cual unos cuanto bailaron y salimos del local. Compramos unas “chatas” de ron con gaseosa y nos pusimos a libar en la vereda del hospedaje.

Subimos a nuestras habitaciones a descansar, pero la que yo ocupaba era de una inmundicia insoportable, así que amablemente en una habitación ocupada sólo por chicas, dieron cobijo a mi persona y a otros dos muchachos, permitiéndonos pasar la noche, y un cuarto que estaba despistado tuvo que dormir en el suelo, fuera de las habitaciones.


Fresca mañana y una tarde de desesperación

Fue un buen augurio el amanecer, nos levantamos con el mejor de los ánimos, fuimos al mercado a tomar desayuno y de allí nos dirigimos a recolectar información para nuestro reportaje escrito, porque esa era la finalidad de nuestra visita. Todo lo indagado salió perfecto, ya terminada la labor fuimos a una bodega a tomar cervezas, y a los pocos minutos el otro grupo de compañeros coincidió en el lugar en el que nos encontrábamos, sólo había que esperar la hora establecida para la llegada de la embarcación.

Regresamos al hospedaje por nuestras cosas, descansamos unas cuantas horas y de allí nos fuimos directamente al embarcadero. Sentados en las escaleras del puerto, preguntando y mirando insistentemente la hora, no percibíamos señales del deslizador – que ya estaba con una hora de retraso – y la incertidumbre recayó en todos porque no sabíamos que hacer, en un momento se pensó en quedarnos, pero ¿en dónde? y ¿con qué dinero?, así que el deseo de regresar era total. Para menguar en algo aquel grandísimo problema nos tomamos las fotografías de recuerdo, que al final se velaron.

En ese preciso momento y como por arte de magia, se apareció un deslizador, no lo pensamos dos veces y nos subimos en él. La tarde acaecía y todos nos sentíamos aliviados por nuestro retorno a pesar de la oscuridad.

Y fue en ese instante donde el deslizador sufrió un pequeño desliz, el río embraveció y se formaron oleajes una de ellas casi voltea la embarcación, el profesor se asustó como nunca antes en su vida, pues él no es de esta parte del país,; este hecho fue una graciosa anécdota.

Llegamos a la ciudad cansados, algunos tan asustados como el profesor, pero a pesar de todo, el viaje valió la pena.

Cordialmente nos despedimos y cada uno de los viajeros regresó sano y salvo a sus respectivos hogares.